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El ser humano lleva ejerciendo su poder sobre los animales desde el comienzo de los tiempos. ¿Te imaginas el valor e inteligencia que mostraron aquellos trogloditas, los primeros hombres de las cavernas, el día en que uno de ellos dijo: “Venga, chicos, vamos a cazar unos bisontes con estos palos, que tenemos que comer y hacernos unos abriguitos para el invierno”?
Después vino la agricultura y, después la ganadería, y el transporte, y la construcción, y muchos más avances en los cuales los animales fueron clave en el éxito de la evolución humana.
Eso sí, de forma secundaria. Porque el ser humano es el ser superior. El rey del mundo. Un cerebro privilegiado que no deja de crecer y desarrollarse, y que nos ha permitido inventar el trabajo, la guerra, los reality shows, la cerveza sin alcohol o el running.
Y mientras, ellos, los pobres animales inferiores, por ejemplo los perros, se dedican a sufrir una vida movida únicamente por el instinto. Comer, jugar, amar…
Descansar.
Dormir.
Retozar.
Dormir.
Despatarrarse.
Dormir…
Pobres seres inferiores. Si supieran lo enriquecedor que es levantarse a las 6 de la mañana para fichar, se darían cuenta de la miseria de sus vidas…
Ejem. En fin.
Hay camas para perros grandes… y perros grandes para camas pequeñas
El otro día teníamos previsto un plan genial. Hacer unos cuantos kilómetros, disfrutando de la naturaleza y de este ambiente frío pero reparador. Miramos el termómetro y pensamos que esos 1,5º eran la cifra perfecta para caminar a buen paso con los tres habitantes de Casa Hanniko.
Sin embargo, la cuadrilla tenía otros planes. Uno solo, concretamente: disfrutar de uno de los mayores placeres de esta época: el frío sol de invierno cuando uno está a cubierto.
Así que los tres, Ani, Kira y Otto se pasaron la tarde invadiendo nuestro cuarto, remoloneando en sus camas HANNIKO. Incluso Otto, que se empeñó en ocupar la cama Bjorn de Kira. Como se puede ver, querer es poder, pero al final la comodidad se impuso y Otto colonizó nuestra cama.
Llegó la noche y no había quien les moviera de ahí. Tampoco a Otto. Tuvimos que dormir los cinco juntos. El festival de ronquidos fue digno de pasar a la historia, pero para hacer honor a la verdad, no pasamos nada de frío.
¡Que el frío no nos detenga!
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