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Un estudio realizado por la Universidad de Columbia Británica, en Canadá, arroja un resultado que te congelará la sonrisa: a los perros no les gusta que les abracemos. Stanley Coren se ha basado en 250 fotografías realizadas a perros en el momento de ser abrazados y sus conclusiones son devastadoras: más del 80 de los perros, de distintas razas y edades, mostraban signos de ansiedad, estrés o malestar en general.
Quizá te suenen algunas de estas reacciones: desvío de la mirada, lamerse la nariz, hacer ruiditos respiratorios, alejar el hocico, etc. Al parecer, la razón principal es que el contacto físico extremo, y algunas caricias concretas, como las que realizamos por encima de la cabeza, atentan contra su instinto de supremacía en la manada. En resumen: al acariciarlos y abrazarlos, sin querer les sometemos y anulamos su autoridad.
Lo que sucede es que los perros llevan acompañando al ser humano desde tiempos inmemoriales, de ahí que sus reacciones sean sutiles. Siguen queriéndonos, a pesar de que les mostremos nuestro amor de forma tan torpe, pero tampoco pueden evitar ese malestar que les generan nuestras atenciones debido a un instinto atávico de imponerse sobre otros ejemplares de su especie.
Lo mejor de este estudio es que, una vez detectado el problema, la solución está mucho más cerca. Sobre todo si deseamos mostrar nuestra afectuosidad a un perro desconocido. Para no provocarle molestias (y evitarte riesgos), acércate sin mirarle los a los ojos y déjale que te olfatee la mano. Luego procura no colocar la mano por encima de su cabeza y elige acariciarle bajo el hocico, y siempre de forma suave. Utilizar el revés de la mano es mejor que la palma, pues de esta forma la caricia se asemeja a un lamido cariñoso.
Si el perro acepta con tranquilidad estos mimos, poco a poco podremos ser más afectuosos sin miedo a molestarlo y a que reaccione violentamente.